Nació en Argentina como Jorge María Bergoglio, pero eligió llamarse Francisco, como el santo de Asís, para dar un mensaje de sencillez y de desapego por los bienes terrenales, algo que ciertamente sostuvo con sus actos. No quiso residir en el Palacio Vaticano y ocupó un sencillo apartamento en la residencia Santa Marta, utilizaba coches oficiales baratos e incluso los emblemas de su cargo tenían menos boato que el de anteriores papas. También es cierto que la justicia social estaba en su agenda. Fue nombrado sacerdote en 1969, en un país asolado por la violencia social, que salía de una dictadura para entrar en otra aún peor, donde abundaban los jóvenes que creían en la revolución como un modo de crear una sociedad más justa. Toda Latinoamérica estaba impregnada de estas ideas que venían desde la Cuba de Fidel Castro. Y entonces surge el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que se acercaban a la gente pobre en un intento de volver al cristianismo original, aquello de “bienaventurados los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos”. Muchos de esos sacerdotes serán víctimas de la dictadura que asoló Argentina entre 1976 y 1983. El caso más emblemático fue el asesinato del padre Mugica, que consagró sus días a su labor en la Villa 31 de Buenos Aires, donde vivían los marginados. Cuando Mugica fue sepultado allí mismo muchos años después, el entonces arzobispo Bergoglio presidió la ceremonia y lo definió como “un gran sacerdote que luchaba por la justicia”. Estos son los orígenes de un papa que comenzó siendo párroco de barrios muy humildes y que vivió codo a codo la problemática de la exclusión social. Incluso siendo arzobispo, ni siquiera tenía coche y usaba el transporte público, algo que a mí no me lo tienen que contar, lo vi con mis propios ojitos. Todos los días tomaba el metro (que en Argentina llamamos subte), y se bajaba en la estación Plaza de Mayo, donde están la Catedral y la Nunciatura. La humildad no era una pose, estaba realmente imbuido de ese sentimiento.
Entonces, inesperadamente, se produce la renuncia de Benedicto XVI. ¿Nos hemos dado cuenta de la magnitud del acontecimiento? El primer papa de la historia que sencillamente renuncia, porque no puede lidiar con la fenomenal crisis de la iglesia. Claro, le dieron una papa caliente. Los fieles reclaman a gritos que se atiendan asuntos como el divorcio, el aborto, la homosexualidad, y la iglesia sigue aferrada a su relato milenario y milenarista. Porque no es solo una crisis de representatividad, es sobre todo, una crisis del relato. ¿Quién cree realmente en el cielo, el infierno y demás yerbas? ¿Alguien de cierta cultura y con dos dedos de frente piensa que Dios, que existió desde siempre, creó al primer hombre, luego le sacó una costilla y de allí creó a la mujer, que luego se comió una manzana y condenó a toda la humanidad a ganarse el pan con el sudor de su frente, ya que de lo contrario todavía estaríamos en el paraíso correteando felices y cubiertos con una hoja de parra? Seamos serios. La iglesia católica es una institución caduca que deberíamos jubilar, y que se empecina en sostener zonceras que van a contrapelo de la lógica más elemental y del cambio social. Y como ahora no pueden quemar viva a la gente, pierden clientes a raudales y el negocio ya no les cierra. Miren cuántas iglesias se convirtieron en apartamentos elegantes. Venden las propiedades porque el negocio se desmorona. ¿Cuál es la respuesta del Vaticano? Elegir a figuras carismáticas, como Juan Pablo II o Francisco, que son todo sonrisas y discursos complacientes, pero que se caracterizan por un conservadurismo dogmático a ultranza y no cambian nada sustancial.
Lo que hizo el papa Francisco se resume en dos palabras: gestos grandiosos. La pregunta es si alcanza con gestos. Si no me creen, escuchen las noticias: vivió con humildad, nombró a una mujer para dirigir una oficina administrativa del Vaticano, fue el primer papa que visitó países musulmanes como los Emiratos Árabes, Irak y Baréin, aceptó que comulgaran los divorciados, brindó ayuda social a los pobres de Roma, dijo que blanquearía las finanzas del Vaticano, dio misas en cárceles y reformatorios, donde llegó a lavar y besar los pies de los reclusos, incluida una chica musulmana, propició el acercamiento a otras religiones. Lo dicho: son gestos grandiosos. Nunca hubo un papa que hiciera estas cosas. Pero los tiempos lo exigían. Algo había que mostrarle a la gente, y Francisco estaba dispuesto a hacerlo. Quiero ser clara: no le quito mérito, expongo objetivamente lo que hizo.
Ahora veamos lo que no hizo. En 2020 desaprobó el documento donde se proponía aceptar que los sacerdotes se casaran. Sostuvo tenazmente que no podía haber sacerdotisas, ya que esto es un aspecto dogmático. Se opuso al uso de anticonceptivos, al aborto y a la eutanasia. Pero lo notable es que sus declaraciones públicas eran mucho más progresistas que sus actos. Miren qué galimatías: en 2010, cuando era arzobispo, les escribió una carta a las monjas carmelitas porteñas donde les decía que aceptar el matrimonio de dos homosexuales era avalar la “pretensión destructiva del plan de Dios”. Pero en una entrevista como papa dijo: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?” La Secretaría de Estado del Vaticano aclaró luego que esa frase estaba fuera de contexto y que se refería a las leyes adoptadas por los estados y no a la doctrina de la iglesia. Francisco se opuso al gobierno argentino de Cristina Kirchner porque no aprobaba la ley de matrimonio homosexual, aunque sí estaba a favor de la unión civil, pero años después, en 2021, la Congregación de la Doctrina de la Fe, con su anuencia, dijo que la iglesia no podía bendecir esas uniones. ¿En qué quedamos? ¿Borro con la mano lo que escribo con el codo? ¿Y por qué estas contradicciones? ¿Ustedes creen que este papa habría cambiado más cosas de haber podido? Volvemos a los gestos grandiosos. Las declaraciones de Francisco eran impecables, integradoras, progresistas, sabias incluso. Pero luego no se resolvía nada.
La frutilla de la torta es, desde luego, la pederastia sacerdotal. Al igual que Juan Pablo II y Benedicto XVI, este papa fue acusado de encubrimiento y en 2014 pidió perdón públicamente por todos los casos de abusos a menores. En 2019 creó una comisión para investigarlos, y eso fue todo. Otra vez los grandes gestos. Yo les voy a hablar como argentina. Yo estaba en mi país cuando estas cosas ocurrieron. Nosotros tuvimos un cura llamado Julio César Grassi que fue acusado de múltiples abusos a menores, fue encontrado culpable y condenado en 2009. Todavía está en la cárcel, va a salir en 2028. En 2010, el cardenal Bergoglio encargó un estudio que concluyó que Grassi era inocente y que sus víctimas estaban mintiendo. Aquí les dejo algo para que se informen:
https://www.infobae.com/sociedad/2016/10/18/caso-grassi-la-causa-que-desvela-al-papa-francisco/
Grassi trabajaba en la Fundación Felices los Niños, cuyos empleados aseguraron que desde hacía años sospechaban de él. Durante el largo proceso judicial, hubo innumerables amenazas a los testigos, agresiones físicas, personas que se negaban a declarar por temor a las represalias y jueces y abogados que fueron investigados por intentos de encubrimiento. El peritaje psiquiátrico de Grassi determinó que tenía “indicadores similares del perfil psicológico de un delincuente sexual”. Cuando se confirmó la condena, el obispado afirmó que iba a iniciarle un juicio canónico, pero hasta este momento nada ha sucedido. Es más, Grassi ni siquiera fue despojado de sus atributos sacerdotales, se lo veía en la cárcel con su sotana. Sus abusos no terminaron allí. Estando en la cárcel, el tipo utilizaba el dinero de las donaciones que recibía la fundación para pagar prebendas a los carceleros. Un periodista argentino muy famoso, Jorge Lanata, puso cámaras ocultas en la cárcel y mostró que Grassi vivía en una celda con baño privado, televisión satelital, computadora con internet, tres celulares, frigobar y caloventor. Un hotelito bastante confortable, digamos. Mientras tanto, el director de la Fundación Felices los Niños denunciaba que los niños pasaban frío y comían alimentos vencidos. Circula un video en YouTube donde una periodista intercepta al papa Francisco en el Vaticano y le pregunta sobre Grassi, y lo vemos negándose a hacer declaraciones.
Francisco, como todo ser humano, debe ser juzgado por lo que hizo y por lo que no hizo. Se quedó un poquito corto, ¿no? Yo habría esperado algo más. Y somos muchos los que pensamos así. Si no hizo más cosas porque no quiso o porque no lo dejaron, es algo que aún no nos ha sido revelado. Pero que no nos vendan que es un hombre que cambió la historia. Cambiar, lo que se dice cambiar, no cambió nada. Ite, misa est.