15. Historia. Juana y Catalina de Aragón

Sagrada Familia icon - Spanish for LondonEl mundo ha vivido equivocado, decía el escritor argentino Roberto Fontanarrosa. Sí, en muchos aspectos. Por ejemplo, el romanticismo. Esa mirada nostálgica hacia el pasado, que a algunas personas todavía les hace creer que todo era más bello, más poético, más grato que ahora. El romanticismo como concepto nos ha hecho mucho daño. Por ejemplo, pensemos en las princesas. ¿Cuántas niñas, aún hoy, andan vestidas con disfraces de princesas y se deleitan viendo películas de Disney o sus equivalentes en Netflix? Es cierto que el relato ha cambiado, pero se sigue jugando con la fantasía de la princesita feliz. Vamos a contar una historia.

Juana y Catalina de Aragón eran hermanas. Sus padres fueron Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, dos reyes muy recordados en España por varios motivos. En primer lugar, porque su matrimonio selló la unión de los dos reinos más poderosos de aquel entonces, lo que dio comienzo a la unificación española, que se rubricó en 1492 cuando estos mismos reyes culminaron el proceso de la reconquista y expulsaron al último rey moro de la ciudad de Granada. Además, 1492 fue un año histórico por otro motivo, el descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón, marino italiano financiado por la corona española. España pasó a ser el imperio más poderoso del mundo.

Había que casar a las nenas. A Juana le cupo en suerte un príncipe francés, apodado Felipe el Hermoso. No sé cuáles serían los cánones estéticos de la época, porque si ven un retrato de Felipe, muy hermoso no era. Al parecer, Juana estaba profundamente enamorada de su marido y quedó consternada cuando este murió súbitamente a la temprana edad de 28 años, aparentemente víctima de la fiebre tifoidea, de la plaga o de algún veneno que le propinaron sus adversarios. Dicen que Juana enloqueció, de allí su apodo de “Juana la Loca”, que no quería separarse del cadáver de su marido, que hizo llevar el féretro a sus aposentos y desarrolló una manía necrofílica, por lo cual la encerraron en el Palacio de Tordesillas y allí la tuvieron hasta que se murió. 46 añitos estuvo guardada la pobre Juana. La cosa es que no tenemos certeza sobre su estado mental. Había mucho poder en juego, y su hijo fue nada menos que Carlos I de España, también coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como Carlos V. Algunos historiadores sostienen que la presunta locura de Juana fue una excusa palaciega para quitarle el trono.

La hermanita de Juana (y digo hermanita porque eran niñas) se llamaba Catalina, y tampoco le fue mucho mejor. A esta la casaron con un príncipe inglés llamado Arturo, que también se murió muy joven, víctima de la peste, la gripe o la tuberculosis. Arturo vivió solo 16 años, así que Catalina quedó viuda siendo una adolescente. Tuvo la desgracia de estar en la mira del hermano y sucesor de Arturo, que fue coronado como Enrique VIII. Paradójicamente, cuando Enrique se cansó de Catalina y se enamoró de Ana Bolena, pidió la anulación del matrimonio aduciendo que no era válido, ya que había desposado a su cuñada. Como ya sabemos, el papa no autorizó el divorcio (esa es otra historia de lo más interesante), así que Enrique se deshizo de Catalina enviándola a vivir al castillo de Kimbolton y despojándola de todos sus atributos reales y tratamientos honoríficos.

¡Qué lindo ser princesa!

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