![]()
Hemos de tomar precauciones si queremos entender la historia. Cualquier historia. Porque resulta que nos cuentan cualquier cosa y nos dan gato por liebre. Hoy quiero contarles sobre La tortuga de Darwin, del dramaturgo español Juan Mayorga, una comedia brillante. Un historiador afamado recibe la visita de una vieja dama que viene a importunarlo mientras está sumido en su trabajo. La recibe con bastante mala leche a instancias de su esposa, y la anciana, de aspecto anticuado y edad indefinida, le dice que ha leído su obra más importante, la Historia de la Europa contemporánea, por la que él se siente particularmente orgulloso. Pero hete aquí que la viejecita le dice que en ese libro hay muchos errores. Estupefacto, él le pide algunos ejemplos. La mujer le da varios, y él, ofuscado ante tanta impertinencia, le pregunta qué autoridad tiene ella para refutarlo. Impertérrita, la señora dice que ha estado allí cuando eso ocurrió. Claro, está hablando de episodios como la Revolución Francesa de 1789, cosas que han ocurrido hace cientos de años. Él le dice entonces una de las frases más graciosas de la obra, algo así como que la gente confunde todo, y se cree que Mussolini es una marca de pasta italiana. Pero ella insiste. Ha estado allí porque es la tortuga de Darwin. ¿Qué tortuga? Pues parece que Charles Darwin, luego de su viaje en el HMS Beagle a las Islas Galápagos, trajo consigo al Reino Unido tres tortugas. Aparentemente, una de ellas, que fue denominada Harriet, vivió 176 años. Pues la señora dice que ella es Harriet, pero que evolucionó hasta llegar a tener forma humana. La historia sigue y la obra tiene una vuelta de tuerca espectacular, pero no les voy a contar al final. Vayan y léanla.
Lo que me interesa de esta obra es cómo se cuestiona la forma en que se escribe la historia. Incluso los historiadores profesionales pueden cometer errores, por el mero hecho de no haber presenciado los hechos que refieren. Pero ahora imagínense algo mucho peor. El cine, las series, la novela. Esto ya es una calamidad a la enésima potencia. Veamos las películas y las series. Los guionistas tienen pautas para escribir las historias. Para que el producto sea rentable, tiene que verlo muchísima gente, así que debe ser atractivo y de fácil comprensión. La verdad histórica no les interesa. Pero la paradoja es que la gente cree, desde su más supina ignorancia, que está aprendiendo historia mirando esos mamarrachos. Fíjense: si no hay un romance, tienen que inventarlo para que venda. Tiene que haber un bueno y un malo (un héroe y un antihéroe). El espectador tiene que identificarse con el héroe o la heroína. Los diálogos tienen que ser ágiles e ingeniosos. La historia tiene que ser simple, porque si no la entiende mucha gente, es un fracaso comercial. ¡Justo en historia, donde nos cuesta tantísimo entender por qué pasaron las cosas! No puede haber escenas aburridas. ¿Ustedes creen que con todas estas características se puede contar lo que realmente ocurrió? No les importa atenerse a los hechos, les importa que la gente consuma.
Las barbaridades históricas de Netflix que mucha gente cree que sirven para aprender historia son proverbiales. No se puede hacer la vista gorda, porque son temas serios. En Los Bridgerton se equivocan hasta con los muertos, y eso que hoy en día es fácil mirar la wikipedia y buscar las fechas. En una historia que se ambienta en 1824, uno de los personajes centrales es la reina Carlota, que murió en 1818. Las mujeres tienen vestidos con cremalleras que no habían sido inventadas, y aparecen perros de razas que eran totalmente desconocidas en la Inglaterra de ese período. Ni hablar de los personajes de origen indio, asiático o africano que aparecen en posiciones de poder, algo impensable en esa sociedad.
En The Crown llegan a decir que el duque de Windsor, que por un corto período fuera Eduardo VIII, y su esposa Wallis Simpson, se aliaron a los nazis contra Inglaterra. Algo de lo cual no hay absolutamente ninguna evidencia histórica. Esto no es un tema menor.
En Los Medici muestran un fresco titulado Venus y Marte en el baño, que fue pintado en 1526, pero la historia transcurre en 1429. Un siglo antes, qué me cuentan. Según Netflix, las obras para la construcción de la cúpula de la catedral de Santa Maria del Fiore comenzaron también en 1429, cuando en verdad fue en 1420. El papa cuya elección se cuenta en la serie fue entronizado en Pisa, no en Roma, y el padre de Cósimo de Medici no murió envenenado, todo eso es una fabulación para contar una historia romántica de la que tampoco hay ninguna evidencia.
Hay muchos más ejemplos, pero creo que para muestra sobra un botón. Esta es la reflexión que nos deja La tortuga de Darwin. Hay que tener muchísimo cuidado a la hora de elegir nuestras fuentes históricas. Y yo no soy de quienes piensan que cualquier cosa es válida a la hora de hacer una película o una serie. Si quieren hacer ficción, pues que la hagan, pero que no se metan con la historia, porque después la gente anda muy confundida por ahí creyendo que sabe lo que pasó y mezclando la paja con el trigo.
