27. Ciencia. César Milstein

Learn Spanish through its Verbal SystemCésar Milstein nació en Argentina en 1927 y murió en Cambridge en 2002. Su padre era un inmigrante ruso, que como tantísimos otros, había elegido la Argentina porque en aquellas épocas era una tierra de promisión. En YouTube hay un documental llamado “Un fueguito”, si quieren saber más sobre nuestro personaje de hoy. Su interés por la ciencia comenzó cuando era niño y su mamá le compró un libro que era muy popular en ese entonces, Los cazadores de microbios de Paul de Kruif, donde se contaban los descubrimientos de grandes científicos, como Louis Pasteur y Robert Koch. Con apenas 13 años, este niño comenzó a avizorar un nuevo territorio, y decidió que quería dedicarse a la investigación científica. Cuando terminó la escuela secundaria, se marchó a la capital del país, y allí estudió química en mi muy querida Universidad de Buenos Aires, donde también yo me gradué. Luego, el joven de 25 años se marchó con una beca a la Universidad de Cambridge, donde hizo sus estudios postdoctorales. Esto fue en 1960. Cuando regresó a la Argentina al año siguiente, se hizo cargo de la División de Biología Molecular del Instituto Nacional de Microbiología, pero solo estuvo allí durante un año, porque en 1962 hubo un golpe de estado, que respondía al interés de los militares y de muchos grupos de poder por mantener al peronismo totalmente fuera de la arena política, y una de sus consecuencias fue la cesantía de muchos científicos a los cuales el gobierno de facto consideraba políticamente problemáticos, aunque no lo fueran. Ya sabemos que las dictaduras militares no se caracterizan ni por su refinamiento intelectual ni por su capacidad de análisis socio-político. Así que Milstein no tuvo más remedio que enviar una carta a Cambridge, a ver si tenía alguna chance de volver. La carta iba dirigida a Frederick Sanger, una de las pocas personas en la historia de la ciencia mundial que ganó dos veces el Premio Nobel, en su caso, de química, por haber descubierto la secuencia de la insulina y la secuencia base del ADN. Tremendo científico. La respuesta llegó inmediatamente, a Milstein lo esperaban con los brazos abiertos.

Hace mucho tiempo, hubo una plaga en Atenas, y la gente observó que quienes cuidaban a los enfermos no se contagiaban. Esta es la primera noticia histórica de que nuestros organismos producen anticuerpos para defenderse de las enfermedades. Pues resulta que un día, en Cambridge, se descubrió que se pueden producir anticuerpos que se unan específicamente con una molécula del antígeno -o sea, de lo que está produciendo la enfermedad-. Se los conoce como anticuerpos monoclonales, y son proteínas creadas en un laboratorio para unirse a un determinado antígeno. Esto es la leche. El mismo Milstein decía que son “como un magneto que está buscando una aguja en un pajar”. Porque el problema de los medicamentos es que no discriminan, no son inteligentes. Un antibiótico no tiene la capacidad de decidir qué bacterias matar y qué bacterias no matar. Mata a mansalva, se lleva todo puesto. Te podrán salvar la vida, pero también matan bacterias que son útiles y necesarias para nuestro organismo. Pero los anticuerpos monoclonales son una bala mágica, van directo al objetivo. Es una proteína que tiene la capacidad de combinarse con el tejido que tiene que atacar. Y los científicos las fabrican con un objetivo específico. Una para que se combine con el tejido canceroso, otra para que se combine con células leucémicas, otra para que se combine con alergenos que producen asma, y así. En una conferencia en la que el doctor Milstein estaba explicando el funcionamiento de estos anticuerpos, cuando dijo que se fabricaban para que actuaran contra un elemento perturbador concreto, uno de los presentes preguntó: “¿No pueden hacer uno contra mi suegra?” Así de específicos son. Bueno, no tanto, pero casi.

Imagínense qué revolución para la ciencia. En 1983, César Milstein fue nombrado jefe y director de la División de Química, Proteínas y Ácidos Nucleicos de la Universidad de Cambridge. Al año siguiente, recibió el Premio Nobel de Medicina junto con Niels Jerne y Georges Köhler. Como siempre, quienes se llevan el dinero en pala son las grandes empresas farmacéuticas. El mismo Milstein decía que él sabía cuánto costaba hacer un anticuerpo monoclonal y que lo que cobran por ellos es un despropósito. La cosa es que, para darles una idea, en 2008 se vendieron anticuerpos monoclonales por valor de quince mil millones de dólares. Recuerden que mil millones es “one billion”, y que un billón es “one trillion”. Cuidado con los números. En el año 2019 ya se habían aprobado unos 80 anticuerpos monoclonales, y el número sigue creciendo. Se los usa para tratamientos contra el cáncer, la leucemia, la artritis, la psoriasis, el asma, la osteoporosis, para la prevención del rechazo en trasplantes de riñón, como antitrombóticos en operaciones de corazón, y ahora también se está experimentando con ellos para tratar el Alzheimer. Precisamente, se prevé que uno de los medicamentos de mayor venta a nivel mundial en 2025 sea el Aducanumab (fíjense en esto: todos los medicamentos que terminan con -mab son anticuerpos monoclonales, monoclonal antibodies, mab). El Aducanumab está todavía en fase de investigación, pero si llegara a aprobarse, sería la primera terapia modificadora de la enfermedad de Alzheimer.

Qué maravilla. No puedo dejar de pensar que todo empezó con un niño leyendo Los cazadores de microbios.

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