Vamos a adentrarnos en una historia lúgubre. El comercio de esclavos prosperó de la mano de comerciantes portugueses, franceses, ingleses y holandeses. Nunca españoles, porque les generaba un conflicto moral. Pero, con la esquizofrenia característica de muchas religiones, se permitían comprar esclavos sin ningún escrúpulo. Conocemos de sobra esta historia espantosa: los comerciantes cambiaban telas por esclavos, o directamente los cazaban como animales. Promovían las guerras tribales en África para que un grupo tomara como esclavos a sus adversarios y los vendiera. Un observador comentó que no habría habido ni la mitad de las guerras que hubo entre los pueblos africanos, de no haber mediado los esclavistas, que compraban a los prisioneros. Luego, trasladaban a sus víctimas desnudas y esposadas en los barcos negreros, donde gran parte de ellos moría víctima de innumerables infecciones y de los castigos físicos recibidos. Sabemos que solo 30 de cada 100 africanos sobrevivía un año después de la captura.
Siempre que los seres humanos perpetran atentados de lesa humanidad, se inventan excusas de toda índole para dormir con tranquilidad. Los angloamericanos, que eran protestantes, aducían razones que creían encontrar en el Antiguo Testamento, donde se habla de un personaje, Canaán, de quien descendería la raza negra, que fue castigado por Dios. De allí deducían que los negros eran esclavos porque Dios lo quería. Los españoles, por su parte, como eran católicos, se apoyaban en el Nuevo Testamento, y alegaban que todos los seres humanos nacemos libres. Así que para los protestantes no había ningún problema, pero para los españoles sí, porque estaban yendo en contra de sus creencias. Era una moral totalmente esquizofrénica. A tal punto, que las órdenes religiosas tenían esclavos, y muchos. Los esclavos de los jesuitas se contaban por miles, pero también hay que decir que el buen trato que recibían era proverbial. Como es previsible, había miembros de una misma orden religiosa que estaban a favor de la esclavitud, y otros que estaban en contra. Otro dato interesante es que muchos españoles disponían en sus testamentos que, luego de su muerte, sus esclavos fueran liberados. Una manera de quedar bien con Dios y con el diablo. Evidentemente, temían el castigo divino y los fuegos del infierno.
Lo que es cierto es que las condiciones en la América hispana fueron increíblemente mejores que en los territorios de otros países europeos. En primer lugar, jurídicamente hablando, los esclavos españoles no eran cosas, eran personas. Y se los trataba como tales. Sin romanticismos: hubo muchísimas situaciones oprobiosas. Sobre todo en el campo y en los lugares aislados, adonde los jueces no llegaban. No estoy diciendo de ningún modo que en la larga historia de la esclavitud, la América hispana haya sido una especie de paraíso. En absoluto. Pero fue enormemente mejor que en el resto del mundo. Veamos por qué.
En primer lugar, la ley española establecía que “todo ser humano es libre por derecho natural”, aunque luego hablaban del derecho de gentes, que sería el derecho consuetudinario, por el cual aceptaban la existencia de esclavos. Otra vez, la escisión ética. Los esclavos tenían derecho a quejarse ante un juez si recibían malos tratos por parte de sus dueños, y si se demostraba que esto era verdad, eran vendidos a otra persona. Tenemos constancia documental de una enorme cantidad de casos en los que la justicia falló a favor de los esclavos, que además, presentaban escritos que evidentemente eran redactados por personas conocedoras de la ley -con terminología jurídica en latín, por ejemplo-, lo cual demuestra que mucha gente los ayudaba a hacer valer sus derechos. Las ordenanzas prohibían a los amos abandonar a un esclavo viejo o enfermo. También tenían prohibido manumitirlos en esas circunstancias, debían seguir brindándoles techo, ropa y comida hasta su muerte.
Los esclavos podían hacer algunos trabajos extra con los que ganar algún dinerillo, y eventualmente, la ley les permitía comprar su libertad, proceso que se conoce como la manumisión. Los amos estaban obligados por ley a venderlos por el mismo precio por el que los habían adquirido, y ni un peso más. Incluso existía la coartación, sistema por el cual el esclavo iba comprando su libertad en cuotas, pero era libre desde el principio. Una especie de hipoteca. Terminarás de pagar la casa en 25 años, pero es tuya desde el principio. La ley española limitaba los castigos corporales, si bien nunca los prohibió totalmente. Y algo fundamental es que no solo permitían y reconocían el matrimonio entre esclavos, sino que lo fomentaban. Si un esclavo o esclava se casaba con alguien que tenía otro dueño, el amo tenía la obligación legal de comprar al cónyuge, para no separar a la pareja.
Ahora vamos a ver la composición social de estos territorios, y para eso analizaremos algunas cifras.
1774:
Cuba tenía 44.333 esclavos y 44.000 millas cuadradas.
Barbados tenía 62.115 esclavos y 166 millas.
Haití tenía 452.000 esclavos y 11.000 millas.
Habitantes blancos en los territorios no españoles de Centroamérica:
2,5% en Granada británica (1817)
4,4% en Surinam (1830)
11% en la Martinica francesa (1789)
13,3% en la Trinidad británica (1817)
Como ven, la población blanca en los territorios no españoles era residual, era un mundo enteramente poblado por esclavos de origen africano. Ahora veamos qué pasaba en los territorios españoles: desde el inicio mismo de la conquista, comienza el proceso de mestizaje, así que tenemos hijos de españoles con indígenas (los mulatos), hijos de españoles con negros (los zambos), e hijos de indígenas con negros (los mestizos). Hubo de todo, desde violaciones hasta matrimonios. Incluso, hubo muchos matrimonios en los que una persona libre se casaba con un esclavo o esclava. Comparen esto con las colonias en los actuales Estados Unidos. ¿Saben en qué año se permitió por ley el matrimonio interracial, en el país de la estatua de la libertad? En 1967, en la causa “Loving vs Virginia”. Antes de eso, regían leyes anti-mestizaje. 1967. Acá estaban cantando los Beatles y allá todavía la gente no se podía casar cuando eran de diferentes razas.
Además, hay que tener en cuenta que las plantaciones abundaban en Cuba, pero no en el resto de los virreinatos de España, donde lo más común era la esclavitud doméstica, y muchos esclavos tuvieron la “suerte” relativísima de ser muy bien tratados, se los consideraba casi miembros de la familia, se los alimentaba, vestía y cuidaba apropiadamente, e incluso se los respetaba, sobre todo cuando ya tenían cierta edad. Podían deambular libremente, y a veces vivían incluso fuera de la casa de los amos, ganaban un salario haciendo algún tipo de trabajo calificado y podían ahorrar para luego manumitirse. Había una diferencia brutal entre un esclavo doméstico y el de un ingenio azucarero. Porque esa es otra historia. Lo que pasó en Cuba es que todo se salió de cauce cuando la isla se convirtió en el depósito de azúcar de Europa. Eso fue un horror. A Hispanoamérica entraron 1.552.000 africanos entre 1492 y 1870. De estos, 702.000 fueron a Cuba, para darnos una idea de la magnitud de la tragedia. Además, en Cuba hubo esclavos hasta 1880. Comparen esto con el Virreinato del Río de La Plata, donde la esclavitud fue abolida en 1813.
Todo esto no significa que no haya habido atrocidades en los territorios de España. Las hubo, y muchas. De hecho, cuando en 1701 los Borbones pasaron a ocupar el trono de España, el rey Felipe V, que era nieto de Luis XIV, cedió los derechos de venta a la Real Compañía Francesa de la Guinea. Fue una época horrenda, estamos hablando de personas azotadas, desorejadas, engrilladas, a las que se les amputaba un brazo o una pierna por querer huir. Hay un largo capítulo de horrores. Imagínense que en 1540, Carlos V prohibió la amputación de los genitales a los esclavos fugitivos. En 1571, el tan católico Felipe II que construyó el Monasterio del Escorial, estableció que los esclavos fueron azotados si se ausentaban de su puesto de trabajo, que si esto persistía les pusieran una calza de hierro de doce libras de peso en un pie, y que si la ausencia era de más de seis meses, los ahorcaran. Los niños eran vendidos igual que los adultos, pero por un precio inferior, dada la gran mortalidad infantil. Algunos amos obligaban a las esclavas a parir cada año, con el objetivo de tener más esclavos, o a llevar un salario como fuese, lo cual propiciaba la prostitución. Preferían prostituirlas a casarlas, porque esto les resultaba más productivo económicamente. En Lima fueron célebres las ignominiosas panaderías, donde tenían a los esclavos engrillados e incomunicados, se sabe que el trato que recibían en ellas era peor que el de los prisioneros de la Cárcel Real. Muchos esclavos viejos terminaban con el cuerpo destruido e incapaces de hacer fuerza. El desarraigo era otro padecimiento. No solo de África, sino porque pasaban de mano en mano, los vendían. Eran un medio de pago, de hecho. Hubo muchísimos abusos y malos tratos, por algo es que tantos esclavos recurrían a la ley, y los jueces hacían lugar a sus demandas.
En definitiva, la esclavitud fue una de las lacras de la historia de la humanidad. Pero en las colonias británicas, francesas, portuguesas y holandesas, esto era el horror llevado a la enésima potencia. Los amos ni siquiera tenían la libertad de manumitir a los esclavos, que, por ley, no podían poseer nada. Era impensable que ahorraran algún dinero. No tenían ninguna defensa legal. Los castigos eran espantosos: los amputaban, los castraban, los ahorcaban, los golpeaban hasta matarlos. No había ninguna ley que lo impidiera. El matrimonio entre esclavos no tenía el menor valor legal, vendían a un cónyuge y los separaban. En las colonias británicas, se les prohibía leer y escribir. En la Louisiana ya estadounidense, por una ley de 1830, se condenaba a prisión a cualquier persona que enseñara a leer y escribir a un esclavo. Hay un ensayo pequeño pero formidable de la escritora afroamericana Toni Morrison, Premio Nobel de Literatura de 1993, llamado Playing in the Dark, donde ella explica por qué no hubo escritores afroamericanos prácticamente hasta la actualidad. En ese contexto, como se podrán imaginar, los esclavos de los territorios de Georgia y Carolina escapaban continuamente a Florida, que fue territorio español hasta 1819.
Conclusión, que en el país de los ciegos, el tuerto es rey. Y el tuerto era España.