24. Ciencia. Santiago Ramón y Cajal

Sol icon - Spanish for LondonEn España hubo un hombre cuyo monumento está en el Parque del Retiro, en pleno centro de Madrid. El hospital universitario de esa ciudad, un cráter de la luna y un asteroide llevan su nombre. Pero de chico no prometía mucho. Tenía serias dificultades escolares, porque no le gustaba estudiar y sí le encantaba transgredir las normas, andar apredreando portales e incluso a la Guardia Civil. Por estas conductas, era considerado una mala compañía para los otros niños del lugar. El padre, que era médico, desesperaba al ver que nada bueno parecía haber en este niño, al que solo le interesaba dibujar. No sabiendo qué hacer con este cero a la izquierda, un día le pide que lo ayude a realizar una autopsia, y ahí ocurre algo sorprendente. El niño díscolo comienza a dibujar los cuerpos, produciendo imágenes muy claras de la anatomía humana. Recordemos que todavía no existía la fotografía. Santiago descubre que le gusta y mucho el estudio del cuerpo humano, y ahí comienza otra historia. Se licencia en Medicina en 1873 e inmediatamente se marcha como médico a Cuba, que en ese momento estaba librando la guerra contra España que culminó con la independencia de la isla caribeña. Pero en Cuba había pantanos, disentería y paludismo. Esta última enfermedad es también conocida como malaria, por los “malos aires” característicos de las regiones afectadas. Santiago enferma gravemente y lo envían nuevamente a España, casi al borde de la muerte. Allí compra su primer microscopio y los elementos necesarios para montar un pequeño laboratorio. Se doctora en Medicina en la Universidad Complutense de Madrid. Y ahora empieza la Historia con mayúscula: en esa época, se creía que el tejido cerebral estaba compuesto de conexiones continuas, y Ramón y Cajal comienza a utilizar un método de tinción descubierto por otro médico italiano, Camillo Golgi, que le permite ver las neuronas con su microscopio. Y lo que ve desmiente la teoría en uso, ya que las células nerviosas -o neuronas- no se tocaban, pero sus colitas -o axones- terminaban muy cerca las unas de las otras. Inmediatamente publica el resultado de su investigación, pero nadie lo toma en serio. España no existía en el escenario científico, recuerden el atraso cultural de un país marcado por la poderosa presencia de la iglesia católica, enemiga de todo saber que pusiera en duda sus mitologías. El mismo Ramón y Cajal lo cuenta en sus memorias: “Se admitía que España produjera algún artista genial, tal cual poeta melenudo y gesticulante danzarín de ambos sexos, pero se refutaba absurda la hipótesis de que surgiera en ella un verdadero hombre de ciencia”.

Pero si hay una virtud que este hombre tuvo fue la tozudez. Así que no tiró la toalla, juntó sus pocos ahorros y se fue a Berlín, donde se celebraba una feria científica, y allí contactó a una de las eminencias del momento, Rudolf Kölliker, y le mostró sus preparados histológicos. Esto lo catapultó al éxito. Uno de los mayores orgullos del gran Kölliker era decir que él había descubierto a Cajal. Ahora lo conocen en todo el mundo, y comienzan a lloverle los premios: el Premio Internacional de Moscú, el doctorado honoris causa de las universidades de Boston, la Sorbona, Cambrige, la Universidad Autónoma de México, la Orden de la Legión de Honor francesa, la Cruz de la Orden Imperial Alemana, la Cátedra Honorífica de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, y, claro está, el Premio Nobel de Medicina de 1906, compartido con Camillo Golgi. De todos modos, Golgi era uno de los que descreía de la posibilidad de que las neuronas se comunicaran sin tocarse, pero comparte premio con Cajal porque fue el creador del método para teñir las neuronas y hacerlas visibles en el microscopio.

Ramón y Cajal era infatigable. Él descubre que el impulso nervioso se transmite unidireccionalmente. También descubre la hendidura sináptica, que es un espacio muy pequeñito que separa las neuronas y donde se produce la comunicación entre ellas, a través de sustancias químicas, los neurotransmisores. Luego, el científico inglés Henry Dale descubre el primer neurotransmisor, la acetilcolina. Para dar una idea de la magnitud de estos descubrimientos, pensemos que una persona tiene alrededor de cien mil millones de neuronas que pueden hacer diez mil trillones de conexiones sinápticas. Pero además, existe el concepto de plasticidad neuronal, que permite que se establezcan nuevas conexiones entre las neuronas, que se reconecten. O sea, que el cerebro tiene la capacidad de reaprender, de recalcular el GPS, por decirlo así. Y también puede regenerarse después de una lesión.

Ahí lo tienen. El niño rompeportones convertido en el padre de la neurociencia, como se lo recuerda. Es triste, pero su padre murió sin saber adónde había llegado este hijo que le sacaba canas verdes. El libro más importante de Santiago Ramón y Cajal es la Histología del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados, pero escribió varios más. ¿Recuerdan que le gustaba dibujar? Pues resulta que en esa época no se había inventado la fotografía, así que él mismo ilustraba sus libros con imágenes preciosas del tejido nervioso, y por la forma que tienen las neuronas, él las llamaba “las mariposas del alma”. Un hombre con un costado poético, que incluso publicó un libro de relatos. Pero su grandiosidad no se limitó al ámbito científico. Era un hombre de una gran probidad. El gobierno le asignó un salario de diez mil pesetas anuales, y él dijo que eso era excesivo y solo aceptó seis mil. Siendo presidente de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, pagó de su propio bolsillo los gastos del viaje de uno de sus hijos, que también era científico. Obviamente, el joven podría haber obtenido una beca, y cuando le preguntaron a su padre por qué no se la había otorgado, ya que se trataba de su hijo, él respondió: “Por eso mismo, por ser mi hijo”.

El multifacético Ramón y Cajal también descolló en otra disciplina, la fotografía. Resulta que cuando era niño, un día lo dejaron encerrado en la escuela, como castigo por alguna de sus barrabasadas. En el salón oscuro, se dio cuenta de que la luz que ingresaba por la ventana proyectaba una imagen invertida en el techo. Porque Cajal hasta cuando se aburría estaba investigando algo. Luego implementó sus hallazgos para hacer un reportaje de una corrida de toros que gozó de gran popularidad en la ciudad de Zaragoza. Pero no tenía dinero para invertir en su proyecto, ¿y saben quién le ganó de mano y patentó el invento? Thomas Alva Edison. Sin embargo, sus aportes fueron reconocidos y lo nombraron presidente de honor de la Real Sociedad Fotográfica de Madrid. De hecho, escribió un libro llamado Fotografía de los colores, bases científicas y reglas prácticas.

No podemos terminar esta historia sin hablar de su actividad docente, que se extendió durante cuarenta largos años y nos dejó una herencia formidable. Penosamente, la Guerra Civil Española dispersó a muchos de sus alumnos, grandes científicos todos ellos por mérito propio, que en el mejor de los casos lograron desarrollar su actividad en el extranjero, ya que el gobierno franquista los destituyó y nombró en su lugar a personas afines al régimen sin ningún mérito científico. Lo mismo que pasó en la Alemania nazi. Algunos de sus alumnos fueron Nicolás Achúcarro, quien desarrolló un importante método de tinción de neuronas e hizo contribuciones al estudio de diversas patologías nerviosas; Pío Hortega, quien descubrió la microglía, un grupo de células que cumplen varias funciones auxiliares en el sistema nervioso central; Fernando de Castro, quien estudió los quimiorreceptores y Rafael Lorente, uno de los más importantes neurofisiólogos del mundo.

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