¿Por qué Cien años de soledad del colombiano Gabriel García Márquez es uno de los mejores libros de la literatura latinoamericana de todos los tiempos? En definitiva, es la historia de una familia que sobrelleva penurias y tiene gloriosos momentos de felicidad, igual que cualquier otra. Así las cosas, es un libro igual a los demás, aunque mucho mejor escrito. Pero esto no alcanza para convertir a una novela en una obra maestra. Dilucidemos entonces qué otros elementos tiene. La historia arranca con la fundación de un pueblo que no tenía ni palabras ni muertos. “Como el mundo era reciente, muchas cosas no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo”. Como en la Biblia: “en el principio fue el Verbo”. Ya de movida nos situamos en un plano simbólico, remoto y legendario. Es el origen de un universo llamado Macondo. La historia se abre con un párrafo que muchos amantes de este libro podemos decir de memoria: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella remota tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Pero poca gente se fijó en el inicio del capítulo 10, en una novela compuesta por 20 capítulos. Es decir, justo en la mitad, el inicio se repite o se reformula de este modo: “Años después, en su lecho de agonía, Aureliano Segundo había de recordar la lluviosa tarde de junio en que entró en el dormitorio a conocer a su primer hijo”. Poca gente prestó atención a una característica de la tapa de la primera edición: la “e” de la palabra “soledad” estaba invertida, como si estuviéramos mirando una letra en un espejo, y se nos presentara dada vuelta. Esto es Cien años de soledad. Una novela especular. La primera parte cuenta una historia. La segunda parte, la vuelve a contar, pero invertida. Al hacer esto, cuenta todo dos veces, pero nunca es igual, porque incluso los personajes son otros. Hay dos Remedios, por ejemplo. La primera muere, la segunda no. Hay dos Aurelianos, hay dos José Arcadios (en realidad hay más). Hay dos fusilamientos, en uno no muere nadie, en el otro sí. Todo se duplica, es como un juego de espejos. Y lo más espectacular es que el libro está dentro del libro, duplicado. Porque el manuscrito de Melquíades, que es descifrado por el último Aureliano, es la novela que estamos leyendo.
Pero, ¿para qué diablos escribir una novela en forma de espejo? ¿Quizás para mostrar que la historia se repite? ¿Para decir que, generación tras generación, la humanidad está cometiendo siempre los mismos errores? Uno de los grandes problemas de los lectores de esta novela es recordar quién es quién, porque los protagonistas se llaman todos igual. Están los Aurelianos y los José Arcadios. Pero son cuatro generaciones, así que tenemos el primer par de hermanos, luego el segundo y, sobre la exacta mitad del libro, el tercer par. Pero ese tercer par está formado por gemelos, que todo el mundo confunde permanentemente (o sea, que son espejos el uno del otro), al punto de que cuando mueren son enterrados en tumbas equivocadas. Y con el cuarto par se cierra la historia. Todo simétrico, dos pares de hermanos en la primera parte, dos pares en la segunda. ¿Por qué ponerles los mismos nombres? ¿Para confundir a los lectores? No creo. Yo diría que se está cuestionando la definición de identidad, o de personalidad. ¿Realmente somos tan únicos como creemos? ¿No estamos hechos de retazos que integran la influencia de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, aunque no seamos conscientes de ello y nos creamos tan originales?
Ahora vamos a poner la novela en contexto. Fue publicada en 1967, en pleno auge de lo que se conoció como el “boom latinoamericano”. Allá por los años ´60, la sociedad latinoamericana estaba ávida de libros que le permitieran pensarse a sí misma desde un punto de vista sociohistórico, y hubo muchos escritores de alta gama que prosperaron en ese suelo fértil: Julio Cortázar en Argentina, Carlos Fuentes en México, Mario Vargas Llosa en Perú, Augusto Roa Bastos en Paraguay y tantos otros. Influidos por los escritores del modernismo europeo y estadounidense -como James Joyce, Virginia Woolf o William Faulkner-, estos autores también buscaban experimentar con nuevas técnicas de escritura, como las estructuras del tiempo circular, el borramiento de los límites entre ficción y realidad, la mezcla de géneros literarios, el monólogo interior y otros ingredientes que van a cambiar para siempre la forma de hacer literatura. En ese sentido, Gabriel García Márquez no estaba solo. Pero sin duda, su forma de reinventar la novela es absolutamente única. Y quiero hacer una acotación. Los escritores son seres humanos, y por lo tanto, hacen cosas mejores y peores. No hay forma de eludir este destino que nos conmina a todos. Entonces, un libro no es necesariamente bueno porque lo escribió Gabriel García Márquez. Digo esto porque en muchas escuelas se lee una novelita llamada Crónica de una muerte anunciada, cuya calidad literaria es intermedia. Pero deciden darles esto a los estudiantes porque lo que realmente valdría la pena leer, que es el libro que nos ocupa, es más largo y más complejo. Eso es consuelo de tontos.
Cien años de soledad entrelaza el mito y la historia, en una fusión impecable y poética que es su marca distintiva. Esto se conoce como realismo mágico. Se va desplegando la historia ante nosotros y aparece un personaje fantástico, el gitano Melquíades, que es crucial porque construye la historia de Macondo al menos dos veces. Lo hemos dicho, en este libro todo ocurre dos veces. La primera vez, cuando los cura de la peste del insomnio, que como efecto colateral producía el olvido. La segunda vez, cuando se va del pueblo y deja de regalo un manuscrito, que será descifrado al final de la historia, y que es Cien años de soledad. Miren qué final tan claro tiene esta novela, ahora que hemos entendido de qué se trata todo esto: “Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado (…) ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.
La peste del olvido era transmitida por los que hablaban guajira, una lengua aborigen que hoy hablan alrededor de 400.000 personas. Este es el gran tema del libro, el olvido de la historia, los pueblos condenados a desaparecer. Cuando termina el relato, ya casi no quedaban descendientes de la familia Buendía, y casi nadie recordaba que ellos habían sido los fundadores del pueblo. Es la historia de una sociedad que no tiene registro de sí misma, que está condenada a la peste del olvido, y que no podrá evitar repetir constantemente los mismos errores del pasado. Emblemáticamente, el personaje que descifra el manuscrito de Melquíades era un líder sindical que había tenido que esconderse de la policía para que no lo mataran, porque había encabezado una huelga en la que asesinaron a tres mil trabajadores y los tiraron al mar, solo porque reclamaban mejores condiciones de trabajo. Entonces, se oculta en un cuarto en desuso y allí, de puro aburrido, comienza a hojear ese manuscrito y finalmente logra entender en qué lengua está escrito. Pero cuando el último Aureliano logra leerlo en su totalidad ya es demasiado tarde, porque lo lee cuando ya todo ha ocurrido, así que no puede modificar nada. De hecho, él está leyendo que el pueblo es destruido por un vendaval en el mismísimo momento en que eso ocurre.
Como todo libro que se precie, esto no es una novelita para la playa, sino una obra de alto vuelo. Y sí, es la historia de una familia. Pero entenderla solo en esa dimensión es equivalente a no haberla leído. Porque este es un libro sobre la memoria histórica y, en ese sentido, también sobre el valor de la literatura. Es metaliteratura, la literatura pensándose a sí misma, en otra relación especular. Es la historia de Colombia, es la historia de toda Latinoamérica, es la historia de una familia y es una reflexión brutal sobre la necesidad de leernos y entendernos, escrita por un hombre que, al decir de algunos críticos, sabía poner dos adjetivos juntos en español mejor que nadie.